lunes, 10 de octubre de 2011

El árbol del sombrero.

Cubierto por un ovalo pintoresco que deja disimular el cosmos intercediendo directamente en su cabeza, que acelera su irrigación sanguínea y lo deja pelado.
  Serán los rayos, de magma o de luz, que llegan desde el universo a esta comuna y la tiñen de hermosura en esa tierra rosada.
Esa tierra que lo deja a la deriva de estos vientos post otoño, vientos  que se llevan muchas cosas, y empujan a un cuerpo trotamundo a otras nuevas, a ensancharse en las veredas, a la revolución total.
Cuerpo de árbol, que funciona también con las estaciones, que capta desde allí el funcionamiento de la tierra, en lo que para un tipo es un año de cambio, el árbol se lo lleva en una estación. Y así va, que nadie entiende a los árboles en este mundo, que cada tanto le cortan los brazos, y ellos cada año más arriba.  
Así que tenes sangre verde, y no porque  estas palabras tienen gusto a mate lavado. Sino porque el sombrero mancha y pinta miradas en la vereda, desde la ventana del Bondi, dondequiera que sea. En el atlas gigante de la capital o en la cueva Yapeyù.
 Quedate tranquilo que las mariposas tienen sangre de colores.
 A mi gran amigo.

    

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