El despertar de cada sonido tocando en el agua, una a otra vez las circunferencias sumidas en el éter. Pájaros volar y volar por las ventanas, y fuera de las ventanas.
Un poema-canción bien mariconasos.
Sobre el sillón: unos sacos arropados haciéndole similitud a un cuero de chancho echado. Pareciera que todos tenemos una tendencia a invernar, como los animales.
Como y cuando no tenemos pieles, invernamos en las almas.
Ahora ya entendemos como estaba constituida la habitación, y las manos como títeres en las teclas. Eso si, al fondo a la izquierda un cuadro. Un cuadro que permanecía por años allí, y donde se graficaba bien, matutinalmente, con esa luz que le erra a los gestos:
A Diez pájaros de paloma y un flamenco. Pájaros de esa magnificencia, sumergidos en charcos grises, que se dejaban sumergir en atardeceres. Que precioso la puta!
El éter era el éter como el agua no era agua en este cuento. Flamencos sumergidos en las luces, luces rojas y azules de atardeceres. En noches, en escenarios. Bajo trampolines del tiempo, palmas, trobadores, circos, circos de época. Belleza pura de gritos o movimiento flamenco carajo. Tambores y pañuelos y en las patas de flamenco trovadores.
De pronto salir del éter y aullar. ¡Gritar! Como gritan los flamencos. ¡Rosado! Gritan los flamencos, besar como besan los flamencos. ¿Besan los flamencos? Ceños fruncíos.
Por las ventanas también, las estatuas de mármol escupían agua como por la boca sangre los boxeadores. Frente al abismo, donde te espero con gracia.
Que difícil esa tarea de cerrar los ojos, al infinito. Cada noche. Noches enteras.
Clavarle la uña en el barro de la luna. Y encima soñar con vos.
Sonidos selváticos provienen de esos tambores, oh! Poemáticos
Exclamaciones aplausos hasta los piojos de los flamencos deben ser mas glamorosos.
Me muevo como un camaleón, dice el camaleón,